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De Má a mamá: Criando para vivir, no para sobrevivir

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Soy madre de dos niñas, que aunque pequeñas aún, pronto dejarán de serlo para convertirse en dos hermosas y malhumoradas adolescentes que seguro harán que mi esposo que no es mi esposo y yo, queramos afeitarles la cabeza mientras duermen. 

Mis hijas se crían en una casa en la que hay un poco de todo: mucha risa, montones de cariño, besos, abrazos, bromas bobas, palabras hasta por gusto (con frecuencia por gusto), su cuota de gritos y algunos ajos y cebollas (más de los que quiero admitir); pero también hay respeto, cuidado, bienestar y seguridad.

Tengo dos hijas mujeres que solo conocen el lado amable de la vida, de la gente y de las personas cercanas que son importantes. Y no me malinterpreten, soy capaz de perder la cabeza si se trata de defenderlas, defenderme o a cualquiera que me importe. Pero mis dos niñas nunca han visto a sus padres tratarse mal o a su madre ser violentada por su papá o viceversa. Mis hijas, aunque escuchan con mucha frecuencia (más de la que yo quisiera) que hay gente mala en el mundo y que no deben confiar en nadie que sus padres no autoricen, no entienden lo que eso significa realmente (felizmente).

Estoy criando a dos futuras mujeres y siento terror del mundo en el que les toca vivir, pero siento aún más terror de que ellas se paralicen por sentirlo. Cada noticiero de la mañana tiene un nuevo caso de feminicidio o una historia de abuso que contar sin un final feliz que agregar y no puedo evitar pensar que tal vez hubieran tenido diferente desenlace si las protagonistas no hubieran sentido ese miedo que no las dejó moverse. Pero respiramos violencia y todo termina en muerte, aunque de nuevo, ellas (felizmente) aún no lo entienden. 

Y daría todo lo que hay en mi corazón porque no tuvieran que hacerlo, pero sé que es inevitable, así que he hecho un pacto conmigo misma y me he jurado prepararlas para vivir en el mundo y no para sobrevivir en él.

La primera vez que vi los ojos de mi hija mayor, supe inmediatamente lo que significaba la mirada de mi mamá cada vez que yo llegaba a horas poco recomendables y ella había pasado toda la noche esperándome, mientras miraba al vacío por al ventana de mi cuarto sentada sobre mi cama tendida, imaginando los peores escenarios posibles para su niña de 16 años. Y creo que el problema no era  saber si yo estaba haciendo algo que "no debía hacer", si no imaginarse que yo estaba sufriendo, que estaba en peligro o que tal vez ya no seguía viva, y ella ahí mirando por la ventana, lejos de mi, sin poder evitarlo. 

Ahora que soy mamá y hace mucho que no tengo 16, me proyecto al futuro pensando en cómo serán mis hijas y el mundo que las rodee en 10 años, esos mismo miedos me persiguen e inevitablemente me repito casi sin sonido para que la vida no me escuche: "Ellas no, ellas nunca", mientras ajusto los dientes y le pido a mi esposo que no es mi esposo que me agarre para no meterlas en una burbuja de hamster que las mantenga a salvo del peligro, pero lejos de la vida que merecen vivir.

Trato de idear un súper plan para que parezca perfectamente normal que las siga 24/7 cual 911, a todos lados, todos los días, toda la vida, por si fuera necesario despertar a la bestia sobrehumana que toda madre lleva dentro para luchar contra el animal más salvaje y ganar la pelea, pero entiendo que no se puede y prefiero enseñarles bien, para que ellas sean su propia fuerza bruta, pues yo no estaré por siempre y las quiero a salvo en cada una de las vidas que les toque vivir. 

Tengo dos hijas mujeres que debo entrenar para caminar con ojos en la espalda logrando un campo de visión de 360 grados sin moverse de su sitio, para ser astutas y no ponerse en situaciones de riesgo, para que nunca, pero NUNCA, sean ellas las que salgan en el programa dominical, pero me niego a hacerlas creer que deben ir de puntitas por la vida, pues nuestra sociedad nos ha convertido en una especie en peligro de extinción y sobre todo me niego a decirles que sonrían y bajen la cabeza para no despertar al monstruo que (según algun@s) todo hombre lleva dentro.

No acepto que mi amiga deba educar a sus dos niños para que en el futuro no sean los perpetradores de actos violentos contra cualquier mujer, ni que yo deba educar a mis niñas para que no se conviertan en víctimas, en vez de dar a nuestros hijas e hijos, una educación basada en respeto e igualdad, dándoles herramientas para hablar claro y fuerte, decir siempre lo que piensan, y nunca quedarse por motivos equivocados. Ni ellas, ni ellos. 

Quiero creer que no se trata de hombres vs. mujeres, si no de personas malas contra personas buenas, que aunque no es precisamente mejor, no las harás sentir miedo de otros, solo porque estos vengan con un diseño biológicamente distinto al suyo.

Yo tengo el compromiso de llevar a mis pequeñas mujeres de la mano, de ayudarlas a dibujar su camino, de enseñarles que el amor no se ve como en las películas que cuentan historias retorcidas y sórdidas, ni cómo las que muestran príncipes y princesas que se enamoran con sólo mirarse. Quiero que sepan que el amor bueno empieza por ellas y hacia ellas mismas y que el amor que compartan con quien escojan para que las acompañe en la gran aventura de la vida, requiere trabajo y compromiso de ambas partes,  debe ser amable, debe contener grandes cantidades de risa y sobre todo de respeto, pero siempre de ida y de vuelta.

Por suerte aún me queda mucho camino por andar de sus manitos, mientras conversamos de todo un poco: de hadas, estrellas, colores o juegos. De cuando su papá y yo nos conocimos o de por qué los números de 4 cifras son tan complicados. Aún así no puedo dejar de pensar en que cada día estoy más cerca del momento en el que inevitablemente me soltarán para caminar solas y entonces seré yo, como antes fue mi mamá, quien espere en la ventana hasta que vuelvan a casa, para por fin saber que están donde yo las puedo proteger,  escuchándolas respirar mientras duermen en sus camitas, seguras, sanas y vivas.

Escrito por: Alida Werner 

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