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El amor de los abuelos suele ser paciente, suave, dulce, divertido e incondicional. Ellos son quienes acompañan con sabiduría el trabajo parental que ahora te toca hacer a ti. Son grandes amigos, confidentes y compinches y, siempre, siempre, tienen tiempo y muchas ganas de jugar al té, de armar un buen rompecabezas y de usar alguna máscara de superhéroe mientras dibujan un bosque de hadas, duendes y seres mágicos.
Pero un día cualquiera llega la pregunta:
Esta situación es dolorosamente frecuente. Y es que así como la muerte es parte de la vida, las enfermedades y dolencias en las personas que más queremos, también lo son.
El Alzheimer es una enfermedad neurodegenerativa que afecta la memoria y otras funciones mentales. Suele manifestarse en las personas mayores como un deterioro cognitivo leve hasta convertirse en una pérdida total de la identidad y de la capacidad para realizar acciones simples y mecánicas como cepillarse los dientes o ponerse la ropa. Finalmente termina en la necesidad de un cuidado permanente.
Qué tarea tan difícil la de acompañar a nuestros viejitos cuando la suerte (la mala) les ha regalado una enfermedad tan penosa como esta. Una que les arrebata la dignidad y en la que no sólo padecen ellos, si no todos en la familia, incluso lo más chiquititos de la casa.
Los niños, por jóvenes que sean, notan cada cambio (bueno y malo) que afecta la dinámica familiar, y no es que no entiendan nada de lo que sucede a su alrededor (como a veces creemos), es solo que no siempre tienen los recursos para ordenar lo que pasa en sus cabecitas o su corazón.
El Alzheimer puede generar muchas dudas, confusión, preocupación y hasta temor en los niños, pues los abuelos (quienes suelen desarrollar esta enfermedad) empiezan a olvidar quiénes son, con frecuencia no saben dónde están y algunas veces reaccionan violentamente. Esto puede hacer que tus hijos sientan que ya no son amados por sus seres queridos o incluso que han hecho algo malo provocando sentimientos de culpa, rechazo, frustración e inseguridad. Es por esto que se recomienda hablar con ellos, pues esta es la mejor forma de guiarlos por la vida y ayudarlos a aceptar con naturalidad esas cosas que no podemos cambiar.
Si tú y tu familia están pasando por una situación así, tal vez esto te sirva:
Llorar está bien, reír también lo está y no debe haber culpa en ello. Es saludable hablar de lo que extrañamos, asumiendo la nueva forma de vivir tal y como es, pero intentando buscar el lado positivo de la vida juntos en un camino que te tocó caminar y que, con suerte, fortalecerá el vínculo entre tus hijos y tu.