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Cuando a tus pequeños no les gusta su nombre

Blog Single

Cuando íbamos a tener a nuestras hijas, mi esposo que no es mi esposo y yo nos pasamos un buen rato buscando un nombre para ellas… y nosotros, claro, porque aunque las niñas sean quienes lo lleven de por vida, nosotros los repetiremos una y otra vez en todos los tonos posibles a lo largo de sus años juntos.

Buscamos nombres que tuvieran algún significado que fuera importante, que suene bien junto a sus apellidos (aunque si me preguntan tengo la idea fija de que el apellido materno debería ir antes que el paterno), uno que fuera fácil de decir cuando comenzaran a hablar y lo suficientemente corto para poder escribirlo tan pronto como quisieran intentarlo. Un nombre que no se repitiera una y otra vez entre sus primos, amigos del parque o hijos de amigos cercanos, un solo nombre y no dos ni tres que jamás usarán a menos que estén realizando algún trámite burocrático y aburrido. Un nombre tan especial y único como ellas.

Al principio lo guardamos en secreto para que ninguna otra madre gestante nos lo arrebate  y se los apropie, como si hubiéramos descubierto un tesoro único, tan deseado que iniciaría guerras sangrientas entre madres y padres primerizos, hasta el día en el que los bebés  nacen y su nombre tiene  una cara que lo acompaña y entonces usarlo se convierte en un robo descarado, en una copia sin vergüenza, por lo que nadie se animará a perpetrar semejante crimen. Y entonces al fin estamos a salvo.

De pronto un día reconocen su nombre y todos alrededor nos emocionamos hasta las lágrimas y el llanto descontrolado. Otro día te dicen cómo se llaman y quieres cortarte las venas con una galletita de vainilla, y al poco tiempo las paredes de tu casa están llenas de ese nombre maravilloso en verde, azul, rojo y negro, con lápiz, tèmpera, plumón y marcador indeleble.

Pero con el tiempo empiezan a ser conscientes de que el mundo que las rodea es más grande de lo que nunca imaginaron y  que en él existen muchas niñas  y que tienen  muchos otros millones de nombres  y un día por la tardecita volviendo de pasear al hermano- perro, ¡zas!  te lo dicen por primera vez:  “¿Por qué me pusieron este nombre si es horrible?”.

Yo se lo dije a mi mamá cuando tenía la misma edad de mi niña mayor al soltarme a mí esta bomba, así que parece que la historia se repite. Para ser muy honesta yo no tuve la delicadeza siquiera de elegir un nombre medianamente decente o un poquito bonito para cambiar el mío y mi madre (inteligentemente) me dio permiso para sustituirlo tan pronto cumpliera 18 y me hiciera cargo del trámite que significaría hacerlo,  argumento que yo he usado con mis fieras salvajes también y que espero (como seguro hizo mi mama) me deje ganar un poco de tiempo, el suficiente para que logren  entender que su nombre es más que solo su nombre: es una parte importante de quienes son.

 

Pero haciendo una reflexión concienzuda ¿cómo sabemos nosotros los padres quiénes son nuestros hijos antes de verlos por primera vez? ¿Con qué derecho suponemos que tendrán cara de Susy, Mercedez o de Maria Eugenia Alicia Virginia (así todo junto)? Es atrevido de nuestra parte nombrar a nuestros hijos y pretender que no se cuestionen el por qué de su nombre o suponer que serán felices siempre con él.

En ese momento decidì tomar al toro por los cuernos y  buscar (hasta encontrar) todos los beneficios de llamarse por sus nombres, asì que empezamos por escribirlos de todos los tamaños, sobre papeles grandes o chiquitos. Busqué tèmperas y pinceles, plumones gruesos y delgaditos, goma y papelitos de colores y llenamos la habitaciòn de sus nombres bellos en sonido y en forma. Fue una experiencia reveladora tanto para mis hijas, como para mi. Sus nombres podían ser tan bellos como ellas quisieran  y lo descubrieron con sus manos, su creatividad  y su talento.

No me atrevo a negar que tienen todo el derecho a no sentirse complacidas y satisfechas con su nombre, así como no me provoca ocultar que se me rompe el corazón un poquito cada vez que se despiertan queriendo llamarse Shirley, Daniela, Calíope, Briseida o Yajaira. Prefiero pensar que no se trata de un rechazo verdadero al nombre que con tiempo, dedicación e ilusión (y todo ese bla bla bla) busqué junto a su papá, si no un intento por descubrirse y construir su propia identidad, la que además de tener una sonrisa luminosa, ojos vivos y espectaculares, una bondad sorprendente,  unas melenas locas y un sentido de la justicia que me deja con la boca abierta,  tiene también un nombre y dos apellidos que las acompañarán más allá del tiempo que la vida nos regale junto a ellas.

Texto: Alida Werner

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