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De Má a Mamá: Cómo lidiar con la educación a distancia y no morir en el intento

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Testimonial | Es casi medianoche  y recién terminé con mis tareas de profesional y de madre que ahora, además de todo lo que siempre ha hecho en casa, educa a distancia a sus dos hijas. 

Soy mamá de dos niñas de 9 y 7 años que estudian de manera virtual por la cuarentena, y aunque son buenas niñas (muy buenas) y han aguantado como campeonas el encierro, ya están un poquitito hartas de hacerlo todo desde casa. Y entonces, solo porque sí, dan extra trabajo a la hora de seguir instrucciones (Para ser justa, no todo el tiempo. Estoy exagerando, pero un poco de drama nunca está demás en una historia). 

Soy y he sido desde el inicio, una mamá preocupada, de esas que les habla de todo, que trata de alejarlas de los productos azucarados, que les enseña a usar nuevas palabras siempre, que las empuja a ser independientes... Y aunque la maternidad nunca fue mi meta en la vida, he descubierto gracias a ella que tengo la capacidad de superarme a mí misma y sorprenderme cada día con mi súper poder: el de meter la pata a diario en mi inagotable esfuerzo por hacer un buen trabajo como mamá.

Y es que la verdad hoy estoy cansada, más que cuando salía de de casa de lunes a viernes a trabajar. La rutina en cuarentena ha aumentado mis responsabilidades de manera considerable y mi actual situación de freelance, me obliga a chapar lo que sea que se presente, incluso si eso significa trabajar toda la noche y no dormir. 

Cada día me encargo de despertar a mis hijas, tratando de hacerlo a besos y no a gritos, porque por más que insisto en la hora de dormir, siempre quieren quedarse un poquito más en la cama.  Me mantengo firme con las rutinas saludables, esas que promueven la autonomía y la independencia, como tender sus camas, ordenar sus cosas, lavarse dientes, manos y cara o bañarse solas, mientras preparo el desayuno y exijo amablemente (o eso quisiera) alguito de celeridad, porque las clases virtuales siempre están a punto de empezar, no importa qué hora sea. 

He acondicionado la sala de casa para convertirla en un espacio adecuado de trabajo para ellas, sacrificando la mesa del comedor a cambio de un mejor lugar para el estudio diario (a la mier… comeremos apretados el resto del año en pro de su educación).

Y bueno, la forma de estudiar hoy día contempla el uso de aparatos tecnológicos que normalmente mis niñas no manipulan con tanta frecuencia, porque la verdad prefiero el juego al aire libre, la conversación entre ellas, un lápiz y un papel o la llegada del tan terrorífico aburrimiento, que la verdad hace maravillas en los niños, según lo que yo creo y compruebo. Y entonces, para que puedan hacer una clase, tengo la obligación de compartir (sin querer hacerlo) mi computadora con una y mi teléfono con la otra, lo que significa que además de ajustar porque uno podría terminar con la pantalla rota y la otra con mis archivos desaparecidos misteriosamente, yo no puedo trabajar.

Pero en fin, me invento un horario al revés y trato de avanzar las otras tantas cosas que debo hacer en casa (cocinar, escribir, lavar, ilustrar, limpiar, depilarme) mientras ellas están conectadas en el espacio ideal que los maestros recomiendan. Y quiero hacerlo, ¡de verdad quiero hacerlo!, pero ¿Cómo lo logro si cada dos minutos se escucha un "mamá no veo la pantalla", o "mamá cómo comparto mi dibujo", o "mamá se fué el sonido", "mamá, mamá, mamá"?.
Entonces decido que es mejor estar cerquita para ayudar a solucionar cualquier problema que se presente, pues estas sesiones virtuales, con niños de 7 y 9 años, son muy cortas para lograr el objetivo y muy largas para la tranquilidad de cualquier adulto. 

Entonces me siento entre mis niñas y sin quererlo aparezco en alguna pantalla de las dos sesiones, y recién me percato cuando la maestra de una de mis hijas comenta -como quien no quiere la cosa- que está bien que las mamás ayudemos, pero que debemos dar espacio a los hijos para promover y fomentar la independencia y autosuficiencia en los niños.

¡Que diablos!. Ok, disculpen si trato de ayudar para que todo sea fluido y así mis hijas no prendan y apaguen el micrófono de Zoom para decirle a su compañer@ que apague el suyo porque no se habla a menos que levanten la mano. 

Pero no importa, todo está bien. Inhalo y exhalo. Y esas cosas sólo se las digo en voz alta a mi esposo que no es mi esposo (cuyo "cubículo" de trabajo está a un metro de distancia), en la intimidad de nuestro hogar, así que si  mis hijas siguen las normas de la comunicación colectiva y NO abren su micro, nadie tiene porque enterarse. Mientras tanto espero que con suerte esto no suceda justo el día que maldigo a todo volumen porque al correr a enchufar la compu antes que se apague y pierdan la conexión, me tropiezo con el juguetito que nunca recogieron (y que parecía haberme estado esperando) y me voy de cara contra su trabajo manual. 

Pero de nuevo, no importa, todo está bien, no pasa nada. Así que inhalo y exhalo otra vez para abrir el chat y leer sobre el horror de algunos padres del salón con respecto a mis apariciones involuntarias en la plataforma virtual que están usando nuestros hijos. Y no soy loca, lo entiendo, pero a la vez no lo entiendo ¿Me entienden?. 

Y por enécima vez, inhalo y exhalo porque solo quiero hacer las cosas de manera eficiente, correcta, productiva y positiva, pero algunos días me conformo con lograr que se hagan y ya.

Con frecuencia siento que no recuerdo lo que toca hacer después de cada cosa que ya hice y es por eso que hago horarios para que no se me escape nada: Las clases, los trabajos, las tareas, los videos, las reuniones y el micro apagado, ¡Apagadooo!. Solo se trata de ser organizada, muy organizada, y destinar horarios para todo: Desde levantarse, llorar y amar, hasta para mandar todo al diablo por la noche y volver a empezar al día siguiente. Simple.

Y tal vez no es tan complicado y la complicada soy yo. Tal vez no entiendo que es tan fácil como ubicarme en un ángulo específico para ser invisible a la cámara y no incomodar a nadie, tal vez el día tiene 24 horas por algo y solo necesito usarlas todas. O tal vez, y solo tal vez, está bien que algunos días no todo sea perfecto, sobre todo si estoy a punto de explotar. Porque si yo (una casi cuarentona) me siento así, seguro a mis niñas también les pasa.

Tal vez sea este en realidad el momento oportuno de inhalar otra vez y volver a exhalar para seguir avanzando con calma, escogiendo las batallas que he de luchar cada día y no agotar toda mi energía en una sola. Esta nueva realidad me va a acompañar un rato y debo encontrar la forma para hacer que funcione. Y la tranquilidad y la certeza de que voy a llegar a donde tengo que ir, llevando de la mano a mis dos hijas para que ellas lleguen también, pero sobre todo para que lleguen bien.

Escrito por: Alida Werner




 




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