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Esos momentos incómodos: Todo lo que nos hacen pasar nuestros hijos

Blog Single

Con mucha frecuencia me quejo de mis hijas porque no me escuchan, porque no prestan atención, porque debo repetir lo mismo una y mil veces (y un par de veces más), pero a pesar de ello, nada parece quedar registrado en su disco duro. Nada, excepto lo que NO les dije a ellas, lo que comenté a los presentes de más de 1.5mts de altura, lo que  mencioné sin pensar que su sordera selectiva podría identificar como información jugosa para guardarla en su memoria esperando el momento perfecto para ser utilizada en mi contra.

El infaltable y siempre terrorífico "pero mami, tu dijiste que..", parece llegar en ese momento de silencio tenso en el que al decir una mentirita esperas pasar desapercibida, pero claro que no lo harás, porque "Mentir es malo mamá". Y entonces  resulta que sí me escuchan y lo que les digo usando mi voz más dulce, cala en su pequeño ser pero aparece en los momentos menos oportunos. Y entonces me pregunto: ¿Por qué no lo aplican en la vida que compartimos dentro de casa, par favar?.

Luego, en un último intento de salvar mi ya agotada dignidad, les digo a mis hijas lo que le digo siempre a mi esposo que no es mi esposo:  “¡Filtro, por favor!", aunque suele ser  demasiado tarde. Y es que esos momentos incómodos, no son solo propios de la edad, en esta casa son una herencia indiscutible que corre por el ADN de mis hijas. 

He querido que me trague la tierra cuando comentan en público y con total naturalidad, mi lado menos amable, el que suelta ajos y cebollas como si fueran bizcochitos de chocolate.   Ese que no quiero que nadie conozca nunca, pero que en la intimidad del hogar y la familia, existe.

Pero claro, también  hay momentos extrañamente divertidos, como hace algunos años atrás, allá por el tiempo en el que uno se podía sentar a jugar con otras personas sin temor a enfermarse, la menor de mis niñas,  habla (sin saber que está siendo escuchada) con una de sus amiguitas compartiendo con ella  una certeza de la vida: los chicos tienen pene y las chicas vagina. 

- "Mi papa tiene pene porque es un chico"- dice mi niña, 

- "El mío también"- asegura su amiga, a lo que mi hija responde con el típico afán ganador de una niña de 4 años, mientras se da mucha importancia al transmitir que “El de su papá es un penesote muy grande, tanto que casi casi llega hasta el cielo”.

La conversación continúa con la promesa de una invitación a casa para jugar con los bloques de madera y dibujar en la mesita de la sala y aquí no pasó nada, mientras yo estallo en una carcajada muda que me obligó a volver a casa del parque más pronto de lo pensado, pues eso de reír hasta hacerse la pila es una realidad.  

Yo soy fan de reusar reciclar y heredar y siempre les recuerdo a mis niñas que es importante cuidar sus cosas y su ropita, pues un día alguien más podrá disfrutarlas tanto como lo han hecho ellas, pero debo decir que no tengo claro cómo me siento cuando mis hijas se acercan  a alguien y “reservan” algo de lo que trae puesto que les ha  gustado para cuando ya no le quede. Y esto sólo es un ejemplo. 

Con frecuencia me entero que he sido ofrecida de manera (IN)voluntaria  para hacer, mandar, preparar, enseñar o lo que sea que a mis pequeñas entusiastas se les ocurra en medio de una conversación con sus compañeros de clase vía Zoom, con las maestras en una reunión, con los abuelos en sus video llamadas diarias o a algún extraño en una conversación casual en el parque mientras paseamos a Milco, a aquien ya están dando mi número de teléfono para pactar alguna cita de perros o hacer un picnic, “Con distanciamiento, mami, claro”, al que evidentemente, yo llevaré todo.

Tenemos una de esas vecinas a las que ojalá un tornado llevara volando mágicamente al mundo del camino amarillo, y a quien hemos decidido obviar de nuestra comunidad por razones de salud, pero con frecuencia las niñas, quienes pasan todos los días en la ventana  de la sala (ahí está su escritorio), susurran (según ellas, pues la verdad es que lo gritan) que la señora loca ya salió, alertando de nuestro conocimiento a la señora loca y a todos lo vecinos el edificio.

No puedo recordar cuántas veces he quedado con los calzones al aire en el supermercado a lo largo de mi maternidad, pues las niñas solían colgarse de donde pudieran sin importarles si se trataba del pantalón dominguero más cómodo y menos "a prueba de niños" que yo tuviera. 

Y no pretendo siquiera intentar contar las veces en las que su necesidad de tocarlo todo las llevó a invadir el espacio vital de cientos de personas, incluso a un desconocido que no sabía que se convertiría en su próxima víctima al caminar agitando sus pelos extremadamente largos en la tienda, el mismo que fue acechado y perseguido en tiempos pre pandémicos, hasta que consiguieron peinarlo. 

Pero tal vez lo peor (para mi) es cuando todo ese pan que estuve comiendo descontroladamente durante la cuarentena, ya no puede esconderse más tiempo y ha decidido habitar sin remedio en mi panza y por más que trato de hacer un abdominal constante de 24 horas para estar digna, mis niñas meten sus manitos traviesas y veloces por dentro de mi ropa y la soban como si diera suerte, mientras se dicen la una a la otra gritando entre los pasillos del supermercado "Hey, mamá tiene un bebé en la panza". ¡Plop!.

Es aquí donde pego el sticker de la ola gigante a punto de arrasar con mi ser, mientras se lee un achorado: “Ya fue, que fluya”.

Me he resignado a que la vergüenza sea parte de mis días, pues la verdad  nunca sé qué nueva situación tendré que afrontar o en qué nuevo lío me meterán mis pequeñas salvajes. Por lo pronto hoy me toca preparar galletitas para los vecinos del edificio, pues recién me entero, que me mis niñas las ofrecieron amablemente, por que “hay que ser buenos vecinos, mami”.

Texto: Alida Werner

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